La diplomacia pública es una práctica que ha sufrido profundas transformaciones al paso de tiempo. Por ejemplo, en los años 60 del siglo pasado, en el contexto de la guerra fría, mucho de la diplomacia pública consistía en la difusión de información o propaganda, a menudo mediante las operaciones de información. Este trabajo era desarrollado por entidades gubernamentales estadunidenses y soviéticas como la Voice of America, o la agencia Novosti, para citar dos casos. Los servicios de inteligencia, tanto la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de EEUU como el Comité para la Seguridad del Estado (KGB) de la URSS fueron actores destacados en las operaciones de información.
Con el tiempo, la diplomacia pública cambió, y ahora los gobiernos generan información dirigida a explicar a las audiencias internacionales sus políticas. No es que aquellas prácticas hayan terminado, pero hoy están acompañadas de otros elementos. Es decir, a diferencia de la diplomacia tradicional, la nueva diplomacia pública tiene como destinatario fundamental a la sociedad civil y se diferencia de la propaganda porque no es unidireccional ni vertical. Hoy es importante convencer, ganar las mentes y los corazones de las audiencias. Los Estados están obligados a vender una imagen positiva, atractiva, que convenza, que copte y que guste y hoy es común que, a la usanza de las empresas, los países busquen posicionarse como marca, esto a efecto de generar percepciones positivas y de promover sus intereses instrumentales particulares. Esto deben hacerlo en momentos en que las sociedades no sólo acceden a información, sino que son generadoras profusas de ella y pueden influir e incluso contrarrestar los esfuerzos de los gobiernos para posicionarse como actores empáticos, responsables y cooperativos.
En Animales fantásticos (y dónde encontrarlos). Diplomacia pública y el poder suave del reino animal, se lleva a cabo un novedoso análisis acerca del empleo de animales como pandas, koalas, kiwis, gorilas de la montaña, perros, gatos, ratones, mariposas, etcétera, como parte de los esfuerzos de los países para mejorar sus posibilidades de incidencia en los asuntos globales con diversos fines, trátese del comercio, la atracción turística, el fomento de las inversiones, y sobre todo, para propiciar un posicionamiento geopolítico sin echar mano –o a veces complementando- los recursos del poder duro, sea porque éste es endeble, o porque su empleo sería condenable y costoso. El reino animal puede ser un instrumento formidable al servicio de la nueva diplomacia pública, si bien ello desafortunadamente no siempre va acompañado de una conciencia ambiental ni de una agenda de protección de la biodiversidad.
Autor: María Cristina Rosas